¿En busca de un sueño?

Yocasta Orozco

Sonó el reloj de mi celular pero no lo necesité. Estaba despierta. No logré conciliar el sueño, pasé las últimas horas de la noche y esa madrugada pensando en lo que significaba mi viaje, no tanto en el peligro que me deparaba sino en quienes dejaba atrás sin saber hasta cuándo volvería a verlos.

Sentía explosiones de mi pecho como un volcán a punto de hacer erupción; mi garganta atrapaba el grito más desesperante y amargo de mi vida buscando salida por cualquier parte de mi cuerpo o de cualquier forma, experimenté un río en época de invierno queriendo desbordarse sobre mi rostro.

Me privé del derecho de llorar. Tomé mi mochila y enérgica abordé el taxi. Un grupo de amigos me acompañó en esta travesía. Llevaba 2 mil dólares. Horas antes había entregado mil a mi mamá en caso de cualquier eventualidad.  

Llegamos al mercado Israel Lewites, ahí abordamos el bus que nos llevó hasta el puesto fronterizo Las Manos. Era momento de decirle adiós a mi país.

Cruzamos ilegalmente a Hondura, luego transbordamos en otro bus rumbo a Guatemala. El camino era largo, hambre apretaba y el dinero necesitaba llegar completo, o casi completo. Buscamos lo barato entre lo barato para comer menos que lo necesario para soportar el desgaste físico.

Después de 3 días llegamos a México, ahí nos encontramos con otros amigos que nos facilitaron unos permisos para movilizarnos por esa nación sin problemas. Pero antes tuvimos que esperar 7 días hasta que logramos llegar a aguas negras.

Recuerdo que cruzamos a las 4 de la mañana. Ahí estábamos frente a frente con el famoso y temido Río Bravo, como un preámbulo a un duelo del que solo uno puede salir con vida.

Me encomendé a Dios, pedí por mis amigos, luego sin más palabras me lancé a sus heladas aguas. Se me hizo eterno, pensaba que no lo lograría, imaginé que de pronto vendría una corriente y me arrastraría el último aliento de vida, luego pensé en mi familia y solo avancé.

Por fin… Llegamos a la orilla. Alcanzamos suelo norteamericano. Lloré pero inmediatamente me reincorporé. No era tiempo para las emociones.

Recuerda Morales

Nos entregamos a migración quienes nos trasladaron a un refugio. El tiempo que pasamos allí fue diferente entre nosotros, algunos salieron antes y otros después. Yo pasé un mes a pesar de que una tía se iba a hacer cargo de mí.

Pero otros de mis amigos salieron en 15 días, otro el mismo día, y otro pasó 3 meses allí, pero logro salir.

Después de 9 meses después de haber llegado, estoy en un pequeño cuarto donde todo está a pocos metros de distancia: mi cama unipersonal, mi ropa en unas cajas y con un mar de sueños por cumplir; así me encuentro en un país nuevo donde a veces me hablan en un idioma que poco entiendo. Quisiera volver pero la fe de salir adelante y ayudar a mi familia es lo que me mantiene.

Jessy Morales, de 23 años actualmente,  vive en Texas, Estados Unidos y ha sido una de miles de nicaragüenses que migraron por distintas razones. Su motivación principal es un niño de 4 años a quién dejó entre lágrimas y desesperación, también su madre y sus tres hermanos.

“Esta vida está lejos de ser un sueño bonito, como un cuento de hadas, jamás pensé que así sería mi vida”, relata. 

 “Sabía que no iba a ser fácil, pero jamás pensé que sería tan difícil. Afortunadamente una prima me ayudó a conseguir un trabajo. Entro a las 5 de la mañana y salgo 5 de la tarde, súper cansada con los pies súper adoloridos”.

Agregó Morales.

“El pago es bueno, demasiado bueno dirían mis amigos en Nicaragua; porque a la semana puedo ganar como mínimo 756 dólares, y al mes uno 3.024 dólares, pero aquí ese dinero no dura lo que uno quiere, la comida y el alquiler son demasiado caros”. Dependiendo del estado, y las condiciones del apartamento, la renta puede oscilar entre los 600 hasta los 2 mil dólares.

Expresó que “a pesar de que tengo un buen salario, tengo que confesar que de las cosas, más difíciles, es poder organizar mi forma de distribuir mi salario para lograr que me alcance para todo y principalmente poder enviar dinero a mi familia”.

Indicó que al llegar se deslumbró y quiso comprar de todo, sin embargo, luego de un período de reflexión “puse un alto, porque concluí que estaba haciendo (con el dinero) lo mismo que hacía cuando estaba en Nicaragua” simplemente gastarlo sin ninguna planificación.

“Y eso es uno de los peores errores, y hace poco comprendí que cuánto ganemos no están importante, como la forma en que lo gastamos; porque a veces queremos vivir una vida que nuestros ingresos no nos permiten”

Reflexionó Morales.

De ahí la importancia de esta entrevista, enfatizó,  “presupuestarse  y evitar las deudas innecesarias; pues claro si queremos darnos un gustito (primero debemos) realizar un presupuesto”. 

4 consejos que nos da Jessy Morales

-Antes de nada, evalúen los riesgos porque gracias a Dios yo puedo llegar bien, sin problemas, pero no siempre es así.

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-Tengan sus metas bien definidas, organicen su viaje, sobre todo la suena de uno no es la misma para todos.

-Tengan bien claro, que el viaje puede fracasar, lo que quiero decir no vendan su casita o sus bienes para salir del país, porque conozco caso de personas que han sido regresas a Nicaragua, y no me imagino la decisión de llegar de nuevo, pero ahora sin nada.

-Y el último es ahorren siempre no gasten es cosas que no tienen valor, las fiestas y otras cosas así no dejan nada, tampoco estoy diciendo que no salgan, pero si pienses en el futuro, y el motivo porque tomaron la decisión de salir del país.

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